Definición:

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El cuento fantástico es aquel que,
por la suma de elementos reales y de elementos extraños e inexplicables,
hace vacilar entre una explicación natural o una sobrenatural

y deja al lector sumido en la incertidumbre.

3 de julio de 2018

POSTALES DEL FIN DEL MUNDO

I


El último huevo.
El último huevo de la última gallina.
El último huevo de la última gallina, de la última granja.
El último huevo, la última comida, de la última persona que queda sobre la tierra.
¿Frito? ¿Hervido? ¿Revuelto? ¿Poché?
Es la última cena, literal, porque no queda ningún otro alimento en el mundo.
Hervido se puede partir en dos, y comer otra parte mañana. 
Eso sólo alarga la agonía.
Morir un día más….
No tiene sentido.
Última cena.
Frito.
No hay pan, pero sí, unas gotas de aceite… y los últimos polvitos de ese pimentón.
Sal, por suerte no falta.
Es casi un banquete.
Cada paso tiene que ser dado con total seguridad para cocinar el mejor huevo frito de la historia de la humanidad… el último.
Dejar que se caliente el aceite.
Con cuidado pegarle con un cuchillo, para cascarlo sin que se destroce.
Abrir las mitades y dejar caer…
Está podrido.
Adentro un pollito a medio formar.
Es imposible comer eso, es puro sangre podrida, restos de tejido, y yema.
¿Y ahora?
El último banquete le fue arrebatado.
Se sienta, ya sin ganas siquiera de deprimirse.
Ahora empezará la agonía del hambre.
Pero…
Si hay pollito, tiene que haber un gallo.
Si hay un gallo, entonces…
Salió a buscarlo.
Todavía estaban las huellas de la gallina en la tierra, desde que no había más viento, todo permanecía igual.
Recorrió, tratando de diferenciar huellas distintas.
Casi corriendo de un lado a otro, cuidando de no pisar las huellas, y enloqueciendo de ansiedad. Giró, corrió, volvió a girar, tropezó y cayó.
Y miró el cielo de un hermoso color verde, agitada la respiración, desesperando, lágrimas de impotencia,
otra vez…
sólo le quedaban dos.
Respiró, hasta recobrar el aliento.
Y se levantó, sacudió su ropa.
Volvió a la casa.
Tendría que poner trampas, para cazar al gallo.
Y volver a tener compañía.
Se hacía muy difícil el fin del mundo, en soledad.


II

La última gallina.
La última gallina, de la última granja que queda sobre la tierra.
La última gallina con vida, de la última granja; que pone los últimos huevos.
No es muy vieja, sigue poniendo día a día un huevo, y con eso está asegurada la alimentación, de la última persona que queda con vida, sobre la tierra.
Y de paso se hacen compañía.
La gallina desarrolló su carácter. O al menos eso parece.
Puede ser también, que al ser el único ser vivo que acompaña a la última persona viva sobre la tierra, esta persona se ha tomado el tiempo de mirarla y conocerla.
O puede ser que la gallina, al ser libre, también se ha tomado el permiso de desarrollar una personalidad.
No le gusta el maíz. Mejor porque ya no existe.
Le gusta andar escarbando por ahí, y sacando gusanitos y otros insectos de las raíces de las plantas.
Ella sola los vé… pero deben existir porque se alimenta de eso.
Y le gusta caminar, esto es bueno porque así desarrolla sus piernas, llegado el momento…
El temor es que se pierda, y que no vuelva.
Por eso es mejor vigilarla. No es cuestión tampoco de perseguirla, porque es muy independiente, y no le gusta para nada que la controlen tanto.
A veces pareciera que está probando si la persiguen, porque como los espías, hace que camina para un lado distraída, y de repente se da la vuelta porque justo a su espalda está ese bichito que estaba persiguiendo. Y mira, sobre los pastos. Es sólo un segundo porque al siguiente está saboreando su presa, que estaba justo ahí.
Por eso fue necesario hacer una cerca.
La única manera que pueda caminar casi libre, o por lo menos sin que la estuvieran vigilando.
Mucho no le gustó. Por varios días llegaba a la cerca, y quería salir, ir más allá. Porque en ese lugar, del otro lado de la cerca estaban los gusanitos más sabroso.
Pero como todo, con el tiempo se acostumbró.
Después de todo tenía suficiente terreno para caminar, y el esfuerzo de querer traspasar la cerca era cansador. Además de inútil.
Eso fue como perder una batalla, y un poco se deprimió.
Pero claro, también fue el paso del tiempo que la hizo no tener tantas ganas de ir más allá.
Primero, se quedaba antes de llegar a la cerca.
Hasta que un día, dejó de caminar tanto.
Y otro día sólo salía a comer y volvía.
Al verla así, dejó un lado de la cerca abierta, para ver si se animaba un poco. Si volvía a salir.
Pero ya no le interesaba el horizonte. Se conformaba.
Y ya no fue necesario cerrar el perímetro… igual no se iba.
Así unos días, hasta que casi no se movía, y fue necesario llevarle algunos bichitos que tampoco quería comer. Toda clase de intentos se sucedían, para que comiera algo o que tomara agua; pero se resistía la muy cabeza dura.
Y se me va a morir… no puedo hacer nada, se me va a morir.
Como aquella vez, y la sensación al endurecerse para aceptar una realidad, conocida; lo que duele, y que hay que bancársela. Como que aceptó que no podía hacer nada.
Y de a poco se apagó.
El último día que vivió, dejó dos huevos.
Como si hubiera sabido que la última persona con vida sobre la tierra necesitaba de sus huevos para alimentarse, para poder seguir viviendo.
Su cuerpo estaba un poco encogido por la edad, pero igual sirvió de alimento durante casi seis días.
Más los huevos guardados, eran nueve días más con qué alimentarse.
Cuando comió el último pedacito, de la última gallina que quedaba en el mundo, la última persona viva sobre el planeta, lloró de soledad.


III


La última granja que quedaba sobre la tierra.
La última granja que quedaba sobre la tierra, albergaba a la última persona que habitaba el planeta y la última gallina, que daba los huevos para brindar el alimento necesario para sobrevivir al fin del mundo.

Era una granja con todo lo necesario para ser funcional, cómoda, y con detalles de lujo campestre.
Quedaba en un valle, que terminaba en el mar; antes se podía plantar cualquier cosa, crecía fuerte. Pero desde que todo ocurrió, y como en toda la superficie del planeta, lo que se plantaba, difícil que brotara, y si brotaba producía plantas raquíticas, con dudosas propiedades.

Era un conflicto, ya que la función de una granja tiene que ver justamente con agricultura hogareña, y animales… pero ya no.
Había un clima de cuestionamiento existencial; porque, ¿qué era una granja que no podía producir alimentos?
Perplejidad… y crisis existencial.

Por suerte era una granja con carácter
Una vez que se quedó sin habitantes y que la tierra murió, después de un primer momento de crisis; decidió que era una granja para sobrevivientes.

Porque seguro que algún sobreviviente había.

Siempre pasa, ¿qué sentido tiene un fin del mundo, sin ese sólo sobreviviente que tiene que contar los grandes errores de la humanidad para ver si logra crear conciencia de que nos estamos aniquilando entre nosotros; que eso no tiene sentido porque lo que deberíamos hacer es unirnos y luchar contra el enemigo común que es uno solo y se llama… oligarquía, poderosos, poder económico, grandes empresarios, extraterrestres, simios del futuro, pájaros, trífidos… el que sea… siempre hay un enemigo… ah!! zombies, casi me olvido de los zombies!

Así fue como la granja se preparó para recibir a los sobrevivientes.

No te voy a mentir, que hubo días que me desesperaba y perdía toda esperanza y me creía que no iba a venir nadie. Si, claro que sí… una tiene sus complejidades, no te creas que por ser una granja ya está, todo bien… no, yo me cuestiono la existencia también, y tantas otras cosas.
Pero un día pensé que era la primera vez que iba a ser, exactamente lo que quería ser…
No es que siempre soñé con que quería ser refugio para sobrevivientes… al contrario; hasta que no pasó esto, no sabía qué quería ser.
Y eso que lo pensaba.
Porque está bien que yo siempre fui granja, no por decisión, porque me construyeron así.
Pero pensaba ¿qué quisiera ser, si yo pudiera elegir qué ser?…
Y no me lo podía responder.
Con las tareas cotidianas y el esmerarme por ser una buena granja, me olvidaba de eso, pero cada tanto, cuando tenía un momento salía la pregunta. ¿Y vos qué querés ser?
Tenía que pasar un desastre grado extinción, para darme cuenta que, quería ser refugio para sobrevivientes.

Esperó pacientemente, hasta que primero una vibración, ruido de… grande, era un vehículo grande.
Y llegó la última persona viva sobre la tierra con todo lo necesario para sobrevivir el fin del mundo, y se instaló en la última granja.

Esta sería una oportunidad de cerrar con un “y vivieron felices para siempre...”; pero eso no pasa.
“Siempre”, no sucede… 

Los primeros días la alegría de la granja era notable, es esa etapa del sueño cumplido.
Lo que renueva esperanzas.

Pero fueron pasando los días, y medio que se empezó a habituar a la presencia. Quería volver a sentir la excitación de esa primer vibración que anticipaba la llegada de alguien más.
Porque su sueño era ser refugio para “sobrevivientes”, en plural… y solamente albergaba a una persona, que además parecía bastante complacida en su soledad, y eso no era lo que la granja quería.
Si atravesó un evento de extinción, lo sobrevivió y se dio cuenta de lo que quería para su vida; una sola persona ermitaña, no iba a hacer que la granja desistiera de su sueño.

Necesitaba que llegaran más sobrevivientes.

Sino, ¿qué sentido tenía? Iba a ser un monólogo del único sobreviviente… no, de ninguna manera lo podía permitir.

Para que el fin del mundo fuera interesante se necesitaban más sobrevivientes, para que haya conflictos, para que expongan distintas miradas del mundo, o para que se enamoren… el fin del mundo sin amor, no valía la pena.

Pero como solía ocurrir antes del fin del mundo, y evidentemente fue una de las pocas cosas que no cambiaron; uno desea algo, y si se cumple una parte, nunca es completa, y, pasado un tiempo, pierde el estado de deseo casi cumplido, para convertirse en frustración.



IV


La última persona que habitaba el planeta, llegó por fín a la última granja sobre la faz de la tierra, con la última gallina, y todo lo necesario para sobrevivir el fin del mundo.

Pudo llegar hasta esa granja en particular, porque se enteró de su existencia en la red.
Jugaba a buscar cuál sería la casa de sus sueños. Buscaba por distintas localidades, hasta que encontraba alguna que por razones del momento, era la elegida.
Esa tenía todo lo necesario para ser perfecta.

Estaba cerca del mar.
Caminando pocos minutos hacia allá, estaba la playa; una costa interminable, y el mar.
Dentro del mismo terreno había una fuente de agua dulce, napas de agua que afloraban en una laguna, de casi una manzana… y que se vaciaba por alguna otra napa, porque había corriente, que no estaba manejada por el mar…

La tierra, era fértil en ese valle; antes de que todo muriera, claro está.

La casa en sí, tenía todas las comodidades: luz eléctrica, instalación de agua caliente, calefacción; todo muy bien pensado. Utilizaba energía solar y un molino de viento. Había abundante leña, gracias a un bosque cercano que también era parte de la propiedad, y que ayudaba a ocultar la casa para que no se viera desde la ruta.
La casa soñada. Y por fin la tenía, podía vivir en ella. 

Y todos esos temas que durante tanto tiempo fueron su preocupación habían desaparecido… junto con el resto de la humanidad, claro.

Ahora, la preocupación pasaba por cosas tan básicas como qué comer, y cómo obtenerlo.
Cuando llegó con todo lo necesario para sobrevivir el fin del mundo, no se imaginaba que el problema más grande no sería la comida.

Siempre se imaginó que lo mejor que le podía pasar era ser la última persona viva en 25 km a la redonda, no tener que ver a nadie, y poder vivir en estrecho contacto con la naturaleza.
Era una de esas veces en que, cuando se te cumple el deseo, te das cuenta que no, que así no era.
Porque como siempre, la puta vida, que le encanta jugarte malas pasadas, te cumple el deseo, y estás en la soledad en contacto con la naturaleza, pero te quita la opción de poder acercarte a la ciudad en el momento que te pinte ganas de socializar; entonces te cumple el deseo pero te manda también el fin del mundo, como si te dijera: ¿querés soledad? Bueno, acá está, para que tengas.

Y, son ese tipo de cosas que no tienen vuelta atrás. No se vuelve del fin del mundo. Lo único que podes esperar es perecer, más tarde o más temprano, y en la mayor de las soledades.

Como le pasó a la granja, los primeros días eran de acomodar todo, y acomodarse. 

Repartir las tareas a lo largo del día, una cena, y descansar. Repartir víveres, planificar salidas… todo lo que es la logística, cuando una sola persona se tiene que encargar de todo, y con recursos limitados; y lo que no hay, hay que inventarlo o fabricarlo o reemplazarlo. Y eso lleva tiempo y planificación y pensar.
Hasta que todo está masomenos acomodado… y ahí empieza el tiempo aterrador en el que el pensamiento te lleva a otros caminos que no son los que la realidad te permite.

El deseo… el desear cosas, momentos, sabores, que son imposibles de alcanzar. 

Ya no hay, ya no existen, ya se murieron todos y todas.

Entonces la gallina.

La que pasa a ser, además de la proveedora de tu ración diaria de alimento, tu única amiga.

Por eso, los 9 días posteriores a su muerte fueron los peores.
No por la certeza del hambre venidero.
Por la soledad.

Y cuando ya te acomodas a la idea de la muerte y la soledad, la esperanza de un posible gallo, te hace renacer.

Días, de aquí para allá creando posibles trampas que no lo dañen, pero que lo atrapen.

Días en los que ya no hay comida, y el cuerpo se va apagando de a poco.

Hasta quedar ahí, sin poder levantarse. Un entresueño que mezcla realidad y un mundo onírico apenas diferente… 

En los últimos momentos, cuando ya no podes salir de dentro de tu cabeza, escuchas coco
ro co co… pero no sabés si es real, y tampoco tenés fuerzas para intentar nada.

Y así, la última persona viva sobre la tierra, se apaga...

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