En una esquina del techo había
agazapada una pequeña gárgola.
Me observaba, mientras yo tomaba un
café.
Por eso siempre pasaba por ese bar.
Me gustaba esa gárgola. No era bebé,
era chiquita. En los ojos, en su forma de mirar se notaba que era
vieja.
Le gustaba cambiar de lugar de acuerdo
a quién sabe qué motivo. Y eso era algo que quería descubrir.
Mi misión era descubrir por qué
cambiaba de lugar. Si había algún patrón en esos cambios.
Como no podía ir todos los días,
empecé a ir siempre a la misma hora para analizar si había algún
patrón.
Hoy se cumplen 3 meses de que empecé a
venir... o que empecé a observar.
Lo loco es que nadie la ve.
Una vez la encontré apoyada en una de
las columnas observando con asombro a un hombre con traje y corbata
que hablaba por celular y gesticulaba con ímpetu, la gárgola lo
miraba y tan absorta que se iba acercando sin darse cuenta hasta
quedar a un centímetro de la nariz del hombre, que miraba a través
de ella...
Como yo la observaba, me ignoraba.
Si me sentaba en el lugar más cercano
a ella, se movía, lento, pero llegaba hasta el otro extremo del
lugar y se ponía de espaldas a mí, mostrándome sus alas verdes y
fibrosas.
Por eso cuando llego, busco de sentarme
lejos de ella y la ignoro...
Cuando no hay otras personas, se va
acercando de a poco, pero si nota que le pongo atención se aleja.
Hace ya un tiempo que voy a la misma
hora, es una hora muerta de la tarde en que no hay casi nadie... y se
me acerca.
Llevo un libro y hago que leo y observo
cómo de a poco se acerca... cae en mi trampa... y los últimos días,
ni bien llego se acerca. Yo sigo mi lectura como si no la viera y
ella se acerca más...
Hoy por primera vez, cuando estaba
pegada a mi, levanté la mirada del libro y la miré directo a los
ojos.
Un destello de sorpresa cruzó su
mirada y se le dibujó, lo que parecía una media sonrisa.
Y con un alarido espeluznante se arrojó
sobre mí, y quedó agarraqada de mi cabeza como si fuera un sombrero
exótico.
Y nunca más la pude sacar... ahora me
acompaña a dónde voy, prendida de mi cabeza.
Ni siquiera cuando me baño logro
alejarla de mi... tiene la habilidad de moverse de un lado a otro
cuando lo hago porque claro, no se deja agarrar...
Nadie la ve, y yo voy por la vida con
una gárgola viviendo sobre mi cabeza.
Ahora con la intensión de que se
vuelva a alguna de las paredes, vuelvo al mismo bar...
Mira todo con interés pero no se baja
de mi cabeza...
Ya no sé qué hacer... no es que me
moleste mucho, pero no me gusta estar con una gárgola que vive sobre
mi cabeza.
Una tarde pasaba por el bar pero no
quería entrar y ella empezó a estirarse... me hacía señas para
que entrara... se planto sobre mi cara, noté en su mirada casi
desesperación para que entrara al bar.
Me dio pena y entré, me senté y pedí
el café de siempre.
Me doy vuelta para llamar a la moza y
me encuentro dos pares de ojos que me estaban observando a mi y a mi
gárgola.
Él tenía una mirada cargada con lo
que yo sentía y su gárgola miraba a mi gárgola...
Mi gárgola saltó de alegría, pero no
me soltó, y me susurró al oído que me acerque.
Lo mismo le decía a él su gárgola, y
nos encontramos en el medio.
Parecía un tipo interesante, la
conversación fluyó y nos contamos cómo llegamos a tener una
gárgola de sombrero, la de él venía de otro bar y contándonos y
escuchándonos, nos simpatizamos y después de los dramas, la primer
risa y el hablar de otras cosas y reimos y puteamos por todo lo que
pasa en el mundo y despues de tomar unos tragos y reirnos y eso, nos
dimos cuenta que nuestras gárgolas ya no estaba en nuestras
cabezas...
Ya no estaban en el bar...
Ya no estaban.
Y un poco la extraño a la loca... pero
ahora lo encontré a él... sin buscarlo... la vida puede ser muy
gárgola cuando quiere, y cuando no quiere... podés estar muy sola.