Con mucho cuidado le
dio la última puntada. No tenía que notarse nada.
Era en el cuello de
la camisa, en la parte de atrás. Para colocarlo, descosió un poco
el borde, y luego de insertarlo, volvió a coser las dos partes. Se
cuidó de hacer coincidir cada puntada con el agujerito que tenía la
tela, de la costura original. No tenía que darse cuenta de que
llevaba un rastreador, porque sino, el experimento fracasaría.
Abrió su laptop,
entró a la página correspondiente. Un mapa del mundo se desplegó y
replegó, mostrando solamente ese sector de la ciudad.
Y si, estaba ahí.
La luz intermitente que mostraba la ubicación del rastreador. Hizo
un acercamiento. La potencia del satélite, era tal, que podía ver
el techo de la casa, y cómo se movía el rastreador dentro de ella.
Dejó la camisa en
el lugar de costumbre y se sentó a esperar a que saliera del baño.
Cuando escuchó que
salía, cerró la pantalla de la computadora para que no viera nada.
Mientras se vestía
charlaron de cosas intrascendentes.
Que ya es la tercera
vez que salimos, que qué lindo sería pasar un fin de semana en la
costa, que si tenés alguna obligación para el fin de semana que
viene; y la conversación fue entrando en terrenos más pantanosos. A
propósito, todo era parte del experimento.
La pregunta sutil
pero clara de “¿Vos me querés aunque sea un poquito?” seguida
por la confesión:
- No puedo más,
tenes que saberlo, te amo.
- Eh... yo también
te quiero mucho. Pero... Mirá mejor lo hablamos mañana porque voy a
llegar tarde. Chuic. Yo te llamo.
En cuanto escuchó
que el ascensor bajaba, abrió la laptop y comenzó a grabar el
registro de los movimientos del rastreador.
Después de unos
instantes tuvo que alejarse un poco más, para abarcar más
superficie.
Ya estaba saliendo
del límite del barrio. Se veía la luz intermitente en el mapa que
se iba alejando cada vez más del punto de partida, calculó la
velocidad, y no había duda de que iba corriendo. Corría y corría,
ya salía de los limites de la ciudad y seguía corriendo, nada podía
detener la huida.
Después de un rato
se aburrió de mirar como corría, dejó todo en automático para que
siga grabando, y se fue a preparar algo de comer.
Cuando volvió a
mirar, tuvo que agrandar mucho más el mapa, pensó que no
encontraría más la señal del rastreador, pero ahí estaba, ya
salía de los límites de la provincia, y seguía corriendo.
En síntesis, el
experimento fue un éxito. Lo único desagradable fue que, después
de un mes, cuando vieron que el rastreador dejó de moverse, y fueron
a buscarle, se encontraron con el cadáver, que no había parado de
correr, hasta que murió.
Y todo por escuchar
un simple te amo.