“Una araña dentro de tu habitación es miedo,
una araña dentro de tu habitación, pero que no sabes donde está,
es ansiedad”
Los estados alterados
Su paciencia llegó al límite. Y estalló. La furia acumulada durante años se salió de cause.
Metió el índice y el pulgar en el bolsillo pequeño del chaleco del traje, y extrajo una masa martillo de 50 kilogramos, que describiendo un circulo casi perfecto por sobre él, se fue a estrellar en la nuca del insoportable.
La exaltación alterada
No podía contenerse. Parecía que dentro de su cuerpo el alma se hubiera solidificado y peleara por salir. Era una exaltación tal, la que sentía, que no podía contenerse, ni quedarse quieto. Su esqueleto peleaba para salir por su boca.
No había pastillas, ni faso, ni alcohol, ni sexo, ni nada que pudiera darle serenidad. Decía que lo intentaba, pero nadie le creía.
Agobiaba a todos los que estaban a su alrededor con su hiperkinecia.
Hasta que en el momento justo en que la primera parte de su calavera se asomaba por su boca, escapando, sintió un golpe en la nuca que lo obligo a tragar sus propios huesos. Y, casi todo volvió a su lugar.
La vida alterada, aunque no tanto
El gato los observaba, como lo hizo los últimos diez años. Era esperable que esto terminara así, pensó. Sacudió los bigotes, molesto. Lamió su mano y se limpió una oreja, casi distraído. Volvió a observar la escena. Bostezó. La sangre estaba cerca de tocar su mano peluda, y el charco seguía creciendo.
Con la masa martillo aún colgándole de la mano, el golpeador dio media vuelta y salió, confundido.
El gato, que esperaba desde tiempo atrás este final, dio una última mirada como despidiéndose, y salió por la ventana que dejaron abierta, y fue a instalarse cómodamente en la casa de la esquina.
Allí vivía una mujer sola, que hacía tiempo le pedía que se quedara con ella.