I
El
último huevo.
El
último huevo de la última gallina.
El
último huevo de la última gallina, de la última granja.
El
último huevo, la última comida, de la última persona que queda
sobre la tierra.
¿Frito?
¿Hervido? ¿Revuelto? ¿Poché?
Es
la última cena, literal, porque no queda ningún otro alimento en
el mundo.
Hervido
se puede partir en dos, y comer otra parte mañana.
Eso
sólo alarga la agonía.
Morir
un día más….
No
tiene sentido.
Última
cena.
Frito.
No
hay pan, pero sí, unas gotas de aceite… y los últimos polvitos de
ese pimentón.
Sal,
por suerte no falta.
Es
casi un banquete.
Cada
paso tiene que ser dado con total seguridad para cocinar el mejor
huevo frito de la historia de la humanidad… el último.
Dejar
que se caliente el aceite.
Con
cuidado pegarle con un cuchillo, para cascarlo sin que se destroce.
Abrir
las mitades y dejar caer…
Está
podrido.
Adentro
un pollito a medio formar.
Es
imposible comer eso, es puro sangre podrida, restos de tejido, y
yema.
¿Y
ahora?
El
último banquete le fue arrebatado.
Se
sienta, ya sin ganas siquiera de deprimirse.
Ahora
empezará la agonía del hambre.
Pero…
Si
hay pollito, tiene que haber un gallo.
Si
hay un gallo, entonces…
Salió
a buscarlo.
Todavía
estaban las huellas de la gallina en la tierra, desde que no había más
viento, todo permanecía igual.
Recorrió,
tratando de diferenciar huellas distintas.
Casi
corriendo de un lado a otro, cuidando de no pisar las huellas, y
enloqueciendo de ansiedad. Giró, corrió, volvió a girar, tropezó
y cayó.
Y
miró el cielo de un hermoso color verde, agitada la respiración,
desesperando, lágrimas de impotencia,
otra
vez…
sólo
le quedaban dos.
Respiró,
hasta recobrar el aliento.
Y se
levantó, sacudió su ropa.
Volvió
a la casa.
Tendría
que poner trampas, para cazar al gallo.
Y
volver a tener compañía.
Se
hacía muy difícil el fin del mundo, en soledad.
II
La última gallina.
La
última gallina, de la última granja que queda sobre la tierra.
La
última gallina con vida, de la última granja; que pone los últimos
huevos.
No
es muy vieja, sigue poniendo día a día un huevo, y con eso está
asegurada la alimentación, de la última persona que queda con vida,
sobre la tierra.
Y de
paso se hacen compañía.
La
gallina desarrolló su carácter. O al menos eso parece.
Puede
ser también, que al ser el único ser vivo que acompaña a la última
persona viva sobre la tierra, esta persona se ha tomado el tiempo de
mirarla y conocerla.
O
puede ser que la gallina, al ser libre, también se ha tomado el
permiso de desarrollar una personalidad.
No
le gusta el maíz. Mejor porque ya no existe.
Le
gusta andar escarbando por ahí, y sacando gusanitos y otros insectos
de las raíces de las plantas.
Ella
sola los vé… pero deben existir porque se alimenta de eso.
Y le
gusta caminar, esto es bueno porque así desarrolla sus piernas,
llegado el momento…
El
temor es que se pierda, y que no vuelva.
Por
eso es mejor vigilarla. No es cuestión tampoco de perseguirla,
porque es muy independiente, y no le gusta para nada que la controlen
tanto.
A
veces pareciera que está probando si la persiguen, porque como los
espías, hace que camina para un lado distraída, y de repente se da
la vuelta porque justo a su espalda está ese bichito que estaba
persiguiendo. Y mira, sobre los pastos. Es sólo un segundo porque al
siguiente está saboreando su presa, que estaba justo ahí.
Por
eso fue necesario hacer una cerca.
La
única manera que pueda caminar casi libre, o por lo menos sin que la
estuvieran vigilando.
Mucho
no le gustó. Por varios días llegaba a la cerca, y quería salir,
ir más allá. Porque en ese lugar, del otro lado de la cerca estaban
los gusanitos más sabroso.
Pero
como todo, con el tiempo se acostumbró.
Después
de todo tenía suficiente terreno para caminar, y el esfuerzo de
querer traspasar la cerca era cansador. Además de inútil.
Eso
fue como perder una batalla, y un poco se deprimió.
Pero
claro, también fue el paso del tiempo que la hizo no tener tantas
ganas de ir más allá.
Primero,
se quedaba antes de llegar a la cerca.
Hasta
que un día, dejó de caminar tanto.
Y
otro día sólo salía a comer y volvía.
Al
verla así, dejó un lado de la cerca abierta, para ver si se animaba
un poco. Si volvía a salir.
Pero
ya no le interesaba el horizonte. Se conformaba.
Y ya
no fue necesario cerrar el perímetro… igual no se iba.
Así
unos días, hasta que casi no se movía, y fue necesario llevarle
algunos bichitos que tampoco quería comer. Toda clase de intentos se
sucedían, para que comiera algo o que tomara agua; pero se resistía
la muy cabeza dura.
Y se
me va a morir… no puedo hacer nada, se me va a morir.
Como
aquella vez, y la sensación al endurecerse para aceptar una
realidad, conocida; lo que duele, y que hay que bancársela. Como que
aceptó que no podía hacer nada.
Y de
a poco se apagó.
El
último día que vivió, dejó dos huevos.
Como
si hubiera sabido que la última persona con vida sobre la tierra
necesitaba de sus huevos para alimentarse, para poder seguir
viviendo.
Su
cuerpo estaba un poco encogido por la edad, pero igual sirvió de
alimento durante casi seis días.
Más
los huevos guardados, eran nueve días más con qué alimentarse.
Cuando
comió el último pedacito, de la última gallina que quedaba en el
mundo, la última persona viva sobre el planeta, lloró de soledad.
III
La
última granja que quedaba sobre la tierra.
La
última granja que quedaba sobre la tierra, albergaba a la última
persona que habitaba el planeta y la última gallina, que daba los
huevos para brindar el alimento necesario para sobrevivir al fin del
mundo.
Era
una granja con todo lo necesario para ser funcional, cómoda, y con
detalles de lujo campestre.
Quedaba
en un valle, que terminaba en el mar; antes se podía plantar
cualquier cosa, crecía fuerte. Pero desde que todo ocurrió, y como
en toda la superficie del planeta, lo que se plantaba, difícil que
brotara, y si brotaba producía plantas raquíticas, con dudosas
propiedades.
Era
un conflicto, ya que la función de una granja tiene que ver
justamente con agricultura hogareña, y animales… pero ya no.
Había
un clima de cuestionamiento existencial; porque, ¿qué era una
granja que no podía producir alimentos?
Perplejidad…
y crisis existencial.
Por
suerte era una granja con carácter…
Una
vez que se quedó sin habitantes y que la tierra murió, después de
un primer momento de crisis; decidió que era una granja para
sobrevivientes.
Porque
seguro que algún sobreviviente había.
Siempre
pasa, ¿qué sentido tiene un fin del mundo, sin ese sólo
sobreviviente que tiene que contar los grandes errores de la
humanidad para ver si logra crear conciencia de que nos estamos
aniquilando entre nosotros; que eso no tiene sentido porque lo que
deberíamos hacer es unirnos y luchar contra el enemigo común que es
uno solo y se llama… oligarquía, poderosos, poder económico,
grandes empresarios, extraterrestres, simios del futuro, pájaros,
trífidos… el que sea… siempre hay un enemigo… ah!! zombies,
casi me olvido de los zombies!
Así
fue como la granja se preparó para recibir a los sobrevivientes.
No
te voy a mentir, que hubo días que me desesperaba y perdía toda
esperanza y me creía que no iba a venir nadie. Si, claro que sí…
una tiene sus complejidades, no te creas que por ser una granja ya
está, todo bien… no, yo me cuestiono la existencia también, y
tantas otras cosas.
Pero
un día pensé que era la primera vez que iba a ser, exactamente lo
que quería ser…
No
es que siempre soñé con que quería ser refugio para
sobrevivientes… al contrario; hasta que no pasó esto, no sabía
qué quería ser.
Y
eso que lo pensaba.
Porque
está bien que yo siempre fui granja, no por decisión, porque me
construyeron así.
Pero
pensaba ¿qué quisiera ser, si yo pudiera elegir qué ser?…
Y
no me lo podía responder.
Con
las tareas cotidianas y el esmerarme por ser una buena granja, me
olvidaba de eso, pero cada tanto, cuando tenía un momento salía la
pregunta. ¿Y vos qué querés ser?
Tenía
que pasar un desastre grado extinción, para darme cuenta que, quería
ser refugio para sobrevivientes.
Esperó
pacientemente, hasta que primero una vibración, ruido de… grande,
era un vehículo grande.
Y
llegó la última persona viva sobre la tierra con todo lo necesario
para sobrevivir el fin del mundo, y se instaló en la última granja.
Esta
sería una oportunidad de cerrar con un “y vivieron felices para
siempre...”; pero eso no pasa.
“Siempre”,
no sucede…
Los
primeros días la alegría de la granja era notable, es esa etapa del
sueño cumplido.
Lo
que renueva esperanzas.
Pero
fueron pasando los días, y medio que se empezó a habituar a la
presencia. Quería volver a sentir la excitación de esa primer
vibración que anticipaba la llegada de alguien más.
Porque
su sueño era ser refugio para “sobrevivientes”, en plural… y
solamente albergaba a una persona, que además parecía bastante
complacida en su soledad, y eso no era lo que la granja quería.
Si
atravesó un evento de extinción, lo sobrevivió y se dio cuenta de
lo que quería para su vida; una sola persona ermitaña, no iba a
hacer que la granja desistiera de su sueño.
Necesitaba
que llegaran más sobrevivientes.
Sino,
¿qué sentido tenía? Iba a ser un monólogo del único
sobreviviente… no, de ninguna manera lo podía permitir.
Para
que el fin del mundo fuera interesante se necesitaban más
sobrevivientes, para que haya conflictos, para que expongan distintas
miradas del mundo, o para que se enamoren… el fin del mundo sin
amor, no valía la pena.
Pero
como solía ocurrir antes del fin del mundo, y evidentemente fue una
de las pocas cosas que no cambiaron; uno desea algo, y si se cumple
una parte, nunca es completa, y, pasado un tiempo, pierde el estado
de deseo casi cumplido, para convertirse en frustración.
IV
La
última persona que habitaba el planeta, llegó por fín a la última
granja sobre la faz de la tierra, con la última gallina, y todo lo
necesario para sobrevivir el fin del mundo.
Pudo
llegar hasta esa granja en particular, porque se enteró de su
existencia en la red.
Jugaba
a buscar cuál sería la casa de sus sueños. Buscaba por distintas
localidades, hasta que encontraba alguna que por razones del momento,
era la elegida.
Esa
tenía todo lo necesario para ser perfecta.
Estaba
cerca del mar.
Caminando
pocos minutos hacia allá, estaba la playa; una costa interminable, y
el mar.
Dentro
del mismo terreno había una fuente de agua dulce, napas de agua que
afloraban en una laguna, de casi una manzana… y que se vaciaba por
alguna otra napa, porque había corriente, que no estaba manejada por
el mar…
La
tierra, era fértil en ese valle; antes de que todo muriera, claro
está.
La
casa en sí, tenía todas las comodidades: luz eléctrica,
instalación de agua caliente, calefacción; todo muy bien pensado.
Utilizaba energía solar y un molino de viento. Había abundante
leña, gracias a un bosque cercano que también era parte de la
propiedad, y que ayudaba a ocultar la casa para que no se viera desde
la ruta.
La
casa soñada. Y por fin la tenía, podía vivir en ella.
Y
todos esos temas que durante tanto tiempo fueron su preocupación
habían desaparecido… junto con el resto de la humanidad, claro.
Ahora,
la preocupación pasaba por cosas tan básicas como qué comer, y
cómo obtenerlo.
Cuando
llegó con todo lo necesario para sobrevivir el fin del mundo, no se
imaginaba que el problema más grande no sería la comida.
Siempre
se imaginó que lo mejor que le podía pasar era ser la última
persona viva en 25 km a la redonda, no tener que ver a nadie, y poder
vivir en estrecho contacto con la naturaleza.
Era
una de esas veces en que, cuando se te cumple el deseo, te das cuenta
que no, que así no era.
Porque
como siempre, la puta vida, que le encanta jugarte malas pasadas, te
cumple el deseo, y estás en la soledad en contacto con la
naturaleza, pero te quita la opción de poder acercarte a la ciudad
en el momento que te pinte ganas de socializar; entonces te cumple el
deseo pero te manda también el fin del mundo, como si te dijera:
¿querés soledad? Bueno, acá está, para que tengas.
Y,
son ese tipo de cosas que no tienen vuelta atrás. No se vuelve del
fin del mundo. Lo único que podes esperar es perecer, más tarde o
más temprano, y en la mayor de las soledades.
Como
le pasó a la granja, los primeros días eran de acomodar todo, y
acomodarse.
Repartir
las tareas a lo largo del día, una cena, y descansar. Repartir
víveres, planificar salidas… todo lo que es la logística, cuando
una sola persona se tiene que encargar de todo, y con recursos
limitados; y lo que no hay, hay que inventarlo o fabricarlo o
reemplazarlo. Y eso lleva tiempo y planificación y pensar.
Hasta
que todo está masomenos acomodado… y ahí empieza el tiempo
aterrador en el que el pensamiento te lleva a otros caminos que no
son los que la realidad te permite.
El
deseo… el desear cosas, momentos, sabores, que son imposibles de
alcanzar.
Ya
no hay, ya no existen, ya se murieron todos y todas.
Entonces
la gallina.
La
que pasa a ser, además de la proveedora de tu ración diaria de
alimento, tu única amiga.
Por
eso, los 9 días posteriores a su muerte fueron los peores.
No
por la certeza del hambre venidero.
Por
la soledad.
Y
cuando ya te acomodas a la idea de la muerte y la soledad, la
esperanza de un posible gallo, te hace renacer.
Días,
de aquí para allá creando posibles trampas que no lo dañen, pero
que lo atrapen.
Días
en los que ya no hay comida, y el cuerpo se va apagando de a poco.
Hasta
quedar ahí, sin poder levantarse. Un entresueño que mezcla realidad
y un mundo onírico apenas diferente…
En
los últimos momentos, cuando ya no podes salir de dentro de tu
cabeza, escuchas coco
ro
co co… pero no sabés si es real, y tampoco tenés fuerzas para
intentar nada.
Y
así, la última persona viva sobre la tierra, se apaga...