El ruido del agua al pasar por las piedras lograba que los sentimientos de ira, que acumuló durante años, se desvanecieran. No fue algo instantáneo, llevó aproximadamente siete años.
Siete años fue el tiempo que estuvo acostado boca arriba mirando el cielo y escuchando el ruidito del agua.
En el instante que notó que en su alma no quedaba ni siquiera una mota de ira, se levantó despacio, acomodó sus huesos a la posición erguida, y dejó que su cuerpo se vaya adaptando a la nueva sensación.
Durante cuatro o cinco días se ejercitó, hasta que se sintió lo suficientemente fuerte para reiniciar su vida.
Caminó por el sendero que lo llevaba de vuelta a su casa que estaba en la parte más alta de esa ondulación que en el lugar llamaban “La Cima del Mundo”.
Se sentó delante de la computadora para conectarse a Internet, y ponerse al día con el universo.
La máquina se encendió sin problemas. Todo estaba como lo dejó. Las mismas imágenes lo recibieron, cargar el escritorio con los iconos ya conocidos le dio la sensación de retorno.
Al abrir el explorador empezó la falla. No se podía conectar. En el pasado de su memoria, se registraba una situación similar, pero como le producía cierta inquietud, no le permitió salir a la superficie. Ahora era un hombre distinto, la ira quedó atrás.
Al verificar todos los sistemas llegó a la conclusión que el problema residía en la conexión, en el servicio que le prestaba la empresa de Internet. Buscó en los cajones hasta encontrar el contrato, todo pago por diez años, y solo pasaron siete.
Llamó al servicio al cliente, y después de una hora de frustrados intentos de comunicarse con esos malditos robots, después de una hora de frustrados intentos de conseguir una solución a su problema, después de una hora de frustrados intentos de que alguno de los estúpidos que le contestaban entendieran el mensaje tan básico que quería transmitirle y lograr que le hablaran como personas, después de una hora, su nivel de ira alcanzó niveles nunca antes sentidos, y sin previo aviso la cabeza le estalló, salpicando de sangre y sesos toda la habitación.
Su almita al subir hacia el cielo pensaba:
- Qué ganas de hacer volar por los aires a todos estos hijos de puta que prestan este servicio de mierda.
Y como tenía una formación judeo-cristiana que prohíbe los malos pensamientos, y solo habla de perdonar, fue culpado del pecado del odio, y como un meteorito descendió a los infiernos donde fue condenado a pasar toda la eternidad llamando a distintos call center para reclamar por el incumplimiento del servicio.