Era una soleada mañana de invierno.
Salí de mi casa dispuesta a ir al supermercado.
Necesitaba yerba, huevos, verduras y carne.
Entré al supermercado con una gran sonrisa, esa mañana estaba muy contenta, hoy ya no recuerdo el por qué. De a poco me fui dando cuenta que la gente me miraba en forma algo extraña, como con bronca; algunos incluso me señalaban.
Le pregunté a un niño, que era a quien tenía más a mano:
-Dime niño ¿por qué me observáis todos de esa manera tan extraña?
Se acercó a mí me dio dos cachetazos y me dijo:
-¿Pero vos sos boluda? con los precios de las cosas ¿todavía te reís? ¿te estás burlando acaso?
Me alejé perpleja. Algo en mi interior se sobresaltó. Un poco inquieta decidí observar los precios, para ver qué sucedía.
Fui primero a ver la yerba, los números se me abalanzaron ¡₳ 987 el kilo de yerba!
Retrocedí alarmada, la más barata ¡a ₳ 780!
Una mueca de horror se empezó a dibujar en mi cara. Traté de tranquilizarme y fui a buscar huevos.
Fue como un shock eléctrico, ¡₳ 680 la docena!
Corrí por los pasillos en busca de verduras, cuando vi los precios retrocedí alterada, me choqué con algo: era la carnicería.
Un alarido de horror brotó de mi garganta.
Decidida a hacer algo saqué mi arma y empecé a disparar contra ellos, tenía que matarlos.
-¡Hay que bajarlos! -Gritaba ya totalmente descontrolada. -¡Hay que bajar los precios de alguna manera!
Vacié el cargador de mi dedo derecho, no tenía más balas.
Aprovechando que estaba desarmada los paquetes de yerba empezaron a avanzar. Se le fueron uniendo todas las mercaderías, me rodearon; yo ya no tenía escapatoria. Cuando intentaba retroceder las bolitas de naftalina se tiraron a mis pies y caí al suelo. Entonces todos los paquetes, las cajas, las bolsas, todos se me tiraron encima; yo me retorcía desesperada hasta que perdí la conciencia.
Cuando desperté estaba acá pero en otra cama. Tenía los brazos atados a la espalda.
Pasó el tiempo, ya 2 años. Ya no me persiguen ni los precios, ni los paquetes de yerba; pero no crean que vivo tranquila no, ahora me persiguen los fantasmas del hambre, del frío y el más horrible el de la soledad; y también unos chiquititos redonditos de diferentes colores. Para que desaparezcan me los trago. Me lleno de nubes y ya no sé más qué pasa.
Ahora que no me persiguen los precios, me persiguen otras cosas. Todos quieren lo mismo: matarme. Entonces yo me pregunto ¿será que vivir es no dejarnos alcanzar por quienes nos quieren ver morir?
. . .
Nota de la autora: Este texto, como se podrán dar cuenta por los precios y por el símbolo de moneda que uso, lo escribí allá por 1989.
Si, 35 años atrás…
Y tan actual…
Con esto de la mudanza y de acomodar cosas lo volví a encontrar… y es increíble que estemos en lo mismo otra vez.
Spoiler. La historia terminó con saqueos, represión, muertos, obviamente los pusimos nosotres como siempre, y un presidente renunciando antes.
Como en 2001, por ahí de eso se acuerdan más…
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