Definición:

Definición:

El cuento fantástico es aquel que,
por la suma de elementos reales y de elementos extraños e inexplicables,
hace vacilar entre una explicación natural o una sobrenatural

y deja al lector sumido en la incertidumbre.

12 de febrero de 2009

Mi planta de marihuana, la de naranja lima ya fue.

Tengo una bonita planta de marihuana.
Cuando llegó a mi, era tan solo una pequeña semilla, redonda y lustrosa, que traía en su interior la posibilidad de transformarse en un rico porrito, para degustar a la tarde disfrutando la puesta de sol, y el viento refrescante de la playa.
Como una jardinera hacendosa, seguí estrictamente los pasos para lograr que de esa pequeña semilla, brotara la planta de mis sueños.
El tiempo y el amor brindado rindieron, y al cabo de tres meses tenía una hermosa criatura verde con una fracción del alma de Bob Marley.
La hojas tenían hasta ocho dedos, con la gracia y la elasticidad de un arroyo. Cada tarde, cuando la regaba, la observaba en busca de cualquier defecto, pero no había nada, era una hermosura.
Un día noté una hoja con algunos mordiscos del tamaño de un medio poroto, eso me preocupó, alguna alimaña la estaba lastimando y eso me dolía. Busqué por todos lados pero no encontré al responsable.
Así, cada día se convirtió en una obsesión, la búsqueda del intruso. Hasta que un día lo hallé. Era un insecto feo, con forma prehistórica, pequeño, si, pero con mandíbulas desapasionadas, que mascaba a mi pobre planta como si fuera una lechuga común. Quise sacarlo de ella, no lo pensaba matar, porque no era justo sin juicio previo, además no se condena a muerte a un ser por masticar una planta, ese puede ser su único alimento, y si no tiene una forma alternativa de alimentarse, no es justo matarlo, pero el jodido se resistía, y no despegaba sus patitas de mi pobre planta.
Busqué un palito, lo inserte entre sus patas y mi pobre juana, y con un poco de presión logré despegarlo. Giró su cabeza hacia mi, y me observó con ojos de odio, por eso le hable, y le dije que a mi planta le dolían sus mordiscos, que no era justo con ella, que debía buscar otra forma de alimentarse. Su respuesta me conmovió, me dijo que no podía decir que era mi planta, que las plantas ni nada que tenga vida puede ser poseído por alguien, que no era mía la planta, que era parte de la naturaleza como él, y que ningún daño le hacía, que su saliva la anestesiaba, y que cuando la mordía, ella no sufría. Me contó que en definitiva él era parte de la planta también, que venia con ella en su semilla, y que con sus mordiscos de a poco y con suavidad le enseñaba a ella lo que era la vida y el sufrimiento, pero de una forma tan gradual, que apenas si se daba cuenta. Que para cuando sea adulta, y gracias a él, ella estaría preparada para enfrentar la vida y las tribulaciones que conlleva el vivir.
Me sugirió, que para que pudiera entender perfectamente su verdad, me transformara en él, y así me quedaría tranquila, sabiendo que mi planta no sufría. Un poco escéptica acepté, y al instante lo estaba mirando a su misma altura, y viendo como veía él.
Un conocimiento simple, pero antiquísimo lleno mi mente, y me sentí hermanada a la planta y al bicho. Subimos juntos por sus gajos y ramitas, y él me enseñaba de que manera podía reconocer las hojas mas tiernas. Me mostró como salivarla para que no sintiera dolor, y cuanto era el tiempo que debía esperar para morderla.
El primer bocado fue una explosión de sabor, y de vida, sentí que la planta se entregaba y me transmitía su esencia. Era un intercambio entre tres seres que éramos uno solo, la planta, el bicho y yo. El sol nos acariciaba a los tres y nosotros reíamos y jugábamos, y nos burlábamos del afuera tan grotesco y tan violento.
Parece ser, por lo que me contaron, que cuando llegó la policía y nos encanó a los tres, yo, forma de bicho no tenía, sino que estaba un poco fumada, al bicho, que según me dijo él, cayó por cómplice, nadie lo vió, y a la planta se la llevaron esposada como jefa de una asociación ilícita.
Por suerte el bicho se quedó con migo, porque en esta celda por mas acolchada que esté, y que sea cómoda, estoy sola, y no me gusta, por suerte, él me hace compañía.
De vez en cuando sale, y cuando vuelve me trae un pedacito de una planta que encontró por algún lado, comemos los dos y nos matamos de la risa.
Los que miran por la mirilla de la puerta, se piensan que estoy loca, y no se dan cuenta que soy feliz.

1 comentario:

Claudio Fimiani dijo...

jaja muy bueno!